/ ALCASSER 

La clave del triángulo isósceles


El final de los años ochenta y principios de los noventa fue una época negra en sucesos. Hablamos de un momento de pleno apogeo de las drogas, de libertinaje, de obsesión por el sexo, de atracción por lo desconocido, una búsqueda de placer a cualquier precio  etc… Todos fueron ingredientes comunes en una sociedad muy cambiante. La ruta del bacalao fue sin duda alguna el fenómeno social por excelencia. Una especie de peregrinación en masa hasta los principales templos de música electrónica en la que los adeptos entregaban su vida a la causa. 

Joaquín Rodríguez Lawrance               @jrlawrance para @criminal_leaks


Una barra libre de excesos que marcó a varias generaciones que observaron estupefactos cómo aquello se llevaba por delante a varios miembros de su misma familia. Las graves consecuencias de aquella espiral de desenfrenó.  Hablamos de un momento de histeria colectiva en busca del hedonismo más absoluto. Solo en la comunidad valenciana desaparecieron una treintena de menores entre 1988 y 1989, sucesos que permanecieron en la mayoría de los casos en el anonimato.  En este sentido, nuestro foco se concentra en un área geográfica muy concreta, un escenario que a lo largo de los años ha sido testigo de multitud de sucesos que nada tienen que ver con la casualidad. Un gran triángulo isósceles formado por la sierra de Macastre por el este, atravesando los pueblos de Turis, Alcasser y Picassent hasta llegar a un primer vértice imaginario situado en el oeste en las inmediaciones de la laguna de la Albufera. El último trazo nos llevaría hacia el sur hasta llegar a las proximidades del pantano de Tous.

 


En el interior quedarían Montroy, Catadau y Llombai, epicentro de nuestro gráfico y zonas de máxima influencia en dos hechos de relevancia dispar pero coincidente en entorno, características y lo más importante, en desenlace.  En un intervalo de cuatro años, seis crímenes atroces en un área de apenas 30 km. Macastre y Alcasser se convertían en vasos comunicantes con espeluznante similitud. En primer lugar la suerte que corrieron Valeriano Flores, Rosario Gayete y Pilar Ruiz, protagonistas de una curiosa aventura sexual adolescente a tres bandas y desaparecidos en los montes del Caballón mientras disfrutaban de una de sus habituales escapadas para intimar en compañía. Los tres eran niños de la droga, asiduos de la denominada Casa de la Amelia, un conocido bloque de edificios en ruina de Catadau frecuentado por colectivos marginales. Sin embargo, aquel día optaron por visitar un lugar indeterminado en la sierra, escenario en el que presumiblemente esperaban dar rienda suelta al placer. Su rastro se perdió aquella tarde del 14 de Enero de 1989. Cinco días después, el 19 de Enero, apareció el cadáver de Rosario en una caseta de los montes de Macastre, a 32 km de Catadau. La joven de 15 años fue encontrada sobre una cama junto a la cual se hallaron huellas de entre 4-5 personas. Su cuerpo estaba vestido, con la cremallera del pantalón bajada, sin signos aparentes de violencia pero con residuos seminales en el ano. La autopsia resultó negativa, sin causas concluyentes sobre su muerte, sin embargo, pese a la indeterminación de los forenses, existieron importantes indicios de ahogamiento. Una parada cardio-respiratoria y las consecuencias que esta provocó en su organismo, los edemas pulmonares subsidiarios, el sangrado rosáceo y el color de las mucosas evidenciaron un más que probable contacto con el agua antes de su muerte. Tres meses después, en Abril de 1989 un agricultor encontró el cuerpo de Valeriano de 14 años a apenas cuatrocientos metros de la caseta en la que inicialmente se halló el cadáver de Rosario. Casualmente alguien lo había depositado allí después de que las autoridades peinaran la zona en busca de Rosario por lo que es inequívoco que el chico fue asesinado en otro lugar y llevado allí intencionalmente después de las labores de búsqueda de la Guardia Civil. La autopsia de Valeriano también fue negativa y las hipótesis apuntaron a una intoxicación por consumo de droga.  ¿Voluntaria? Jamás se pudo demostrar. Un mes después unos niños encontraron un cuerpo mutilado y desfigurado en un canal de riego de Turis, a solo 9 km de Macastre, el cual atribuyeron a Pilar, la otra joven desparecida. Un familiar de la víctima tiró abajo está teoría al identificar el cadáver y comprobar que no había rastro de la cicatriz que tenía la niña en una de sus piernas. No era ella. Unos días después de su desaparición se encontró el brazo de una persona en un contenedor de basura en la calle Alcasser de Valencia. Como al cadáver hallado en Turis le faltaba ese brazo, los instructores dieron por hecho de que se trataba de la misma persona. No lo era, su cuerpo jamás aparecería. El caso Macastre fue el gran ignorado, solapado cuatro años después por la convulsión de lo sucedido en Alcasser. Dos festivales de sangre separados por unos kilometros de distancia y en los que hubo tortura, ensañamiento, movilidad de sus asesinos y con el agua como innegable protagonista.

 

ESTRECHANDO EL CERCO

A orillas del pantano de Tous se desvanecieron media docena de mujeres entre finales de los años ochenta y mediados de los noventa. Raptar, violar y matar era una afición preciada para ciertos círculos. La heroína, el pegamento, los reinoles y la cocaína se convirtieron en complementos ideales en el modus operandi de aquellos que participaron de aquellas cacerías indiscriminadas. Por aquel entonces las autoridades persiguieron a diversas bandas organizadas en el levante español que captarían a jóvenes de la época con el objetivo de que clientes de influencia pudieran abusar de ellas en lugares de extremada discreción. Precisamente en la zona que hemos citado, el triángulo maldito con epicentro en Catadau existen escenarios circundantes en los que se sospecha podría estar la clave de la resolución de estos y otros casos.  A mediados de los años noventa la Guardia Civil  estrechó el cerco sobre un sospechoso fuertemente vinculado al narcotráfico y la prostitución en la Comunidad Valenciana. Estas diligencias también fueron incluidas como parte del sumario B, la pieza destinada para identificar a esas "otras personas" del universo Alcasser. La investigación se centró en las inmediaciones de Alberique, un pueblo situado a 20 minutos al sur de Llombai, cerca de donde tuvieron desenlace los crímenes de Alcasser. Bajo el foco un capteur de origen francés cuyos tentáculos se extendían por el área en el que hoy se encuentran las urbanizaciones de El Vedat, Monte Jucar, San Cristobal y Via Vial. Todas ellas zonas residenciales del extra radio donde el sospechoso poseía chalets en los que supuestamente se desarrollaban encuentros nada convencionales. Fuentes consultadas confirman que aquello fue una pista muy bien tirada pero incomprensiblemente las posteriores diligencias sobre su posible implicación en este y otros casos quedaron olvidadas en un cajón lleno de polvo.  ¿Por qué?  Se insinúa que su red de contactos sigue siendo notable y que continúa blindado desde el punto de vista penal. Aquellos que se han atrevido a merodear por su alrededor han sido sometidos a presiones insoportables que les han terminado alejando de su objetivo. Se trata de un personaje oscuro sin oficio aparente pero que  en su día adquirió un poder superlativo mediante una actividad en la que sus clientes disfrutaban de placeres prohibidos a cambio de un hermetismo cuyo precio se cobraba vidas. Un sospechoso resbaladizo que encabezaba una organización criminal que por aquel entonces tenía machacas entre los que estaría un joven Antonio Anglés al que el sospechoso suministraba la droga que se movía por Catarroja. La relación entre aquel hombre y el principal acusado de los crímenes de Alcasser es enigmática pero clarividente en otros términos. Una desavenencia que afectaría a ambos le costaría la vida a un Antonio Anglés que nunca participaría de aquello de lo que se le acusa. Su muerte abrió una puerta que aprovecharon terceros para irse de rositas. En La Romana aparecerían todos sus enseres y el famoso papelito con sus apellidos.  Menos suerte ha corrido un Miguel Ricart como gran cómplice del caso Alcasser.  Erróneamente relacionado como íntimo amigo de Antonio,  en realidad Ricart gozaba de la confianza de Roberto y Mauricio Anglés, a los que debe el asilo que recibió durante la época en la que sucedieron los crímenes de Alcasser. Ricart ha cumplido como el cooperador soñado para aquellos que le abandonaron a su suerte mientras deambulaba por más de media docena de penitenciarias durante dos décadas. Imaginamos que le habrá salido rentable, no obstante y para que no se le olvide, sobre su cabeza planea una guadaña vitalicia por si se le pasara por la cabeza rememorar aquellos tiempos. 


 De momento la opinión pública se ha conformado con un sin fin de reflexiones inverosímiles, contemplando con impotencia como se ha tratado de precintar la puerta de una gran mentira.  Si ponemos todo el sumario en cuarentena, considerándolo como la narración en primera persona de un único testigo, que a su vez lo es en calidad de acusado y que además es aficionado a mentir compulsivamente, obtenemos como resultado una conclusión absolutamente parcial, sesgada, y por tanto insuficiente como para considerarla como un argumento válido.  Los asesinos de Alcasser supieron jugar sus bazas, comprometiendo a aquellos que pudieran delatarles, blindándose a base de chantajes y se puede decir que de alguna manera lograron su objetivo.  Criminal Leaks ha comprobado como en la actualidad siguen existiendo importantes líneas rojas con respecto al principal sospechoso y su entorno. Desenmascarar a quién asesinó a Antonio Anglés permitiría resolver la autoría material de los crímenes de Alcasser. Aquellos a quienes hemos consultado mantienen la fe intacta. Tarde o temprano se hará justicia social con las victimas y sus familias. Semper in memoria.



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