/ ALCASSER 

Asesinos en bandeja


La justicia estaba de suerte. Viento de cola y los asesinos de Alcasser en bandeja. Alguien se había esmerado en que apareciera un papel con el apellido Anglés a escasos metros de los cuerpos. La resolución del caso Alcasser cogía velocidad de crucero. un volante médico en pedacitos a nombre de Enrique Angles, hermano esquizofrénico de cuya identidad se beneficiaba Antonio para evadir la orden de busca y captura que obraba sobre él desde inicios de 1992.  

Joaquín Rodríguez Lawrance               @jrlawrance para @criminal_leaks


Aquel papel había resistido misteriosamente durante 75 días a las terribles inclemencias del tiempo y representaría  la prueba incriminatoria por excelencia contra Antonio Anglés. Pero ¿De verdad alguien lleva papeles rotos en un bolsillo? ¿Mientras esconde un cadáver? ¿Y después los esparce a modo salero por encima de sus victimas? Públicamente Alcasser requería de responsables creíbles, cotidianos y conocedores de la geografía del entorno en cuestión. Bajo el foco, Antonio Anglés y Miguel Ricart, sobre los cuales recaería desde el primer instante la total responsabilidad de los crímenes. Una localización de su influencia como La Romana, sus vehículos, sus prendas de ropa, objetos personales y un papel con las siglas colocado a pie de tumba. En definitiva, los cuerpos y las pruebas en tres metros cuadrados. Una puesta en escena resultona pero torpemente preparada. La justicia iba a sentar en el banquillo a dos tipos que reunían perfectamente los requisitos del puesto, ambos vecinos de la zona, con vidas perdidas en la delincuencia y perfectos conocedores de Alcasser y alrededores. Nada que perder, y mucho que ganar, sobre todo en el caso de Ricart, actualmente en libertad y del que no se ha vuelto a saber nada.  ¿Cuánto vale su silencio? Es difícil entender que un hombre relativamente joven esté dispuesto a comerse más de 20 años de prisión a cambio de dinero. Una vez preso, Miguel Ricart trató permanentemente de implicar en los hechos a Mauricio Anglés, como si no quisiera comerse el solo la condena. Aún así, misteriosamente nadie se preocupó en desmontar las coartadas del menor de los Anglés, que añadió leña al fuego durante el juicio sin consecuencia alguna. Ricart se convertiría en una alma solitaria que recorrió más de siete penitenciarias durante dos décadas.  De aquel pasatiempos a penas se conocen su afición al buen comer, a los talleres remunerados y al gimnasio.  Un fumador empedernido, socialmente hermético y del que nadie ha podido soltar prenda...


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