/ ANTONIO ANGLES 

La leyenda de un monstruo



La aparición de los cuerpos de las niñas de Alcasser en “La Romana” dio lugar a una de las primeras detenciones. Un Miguel Ricart aparentemente tranquilo volvía a casa de los Anglés tras robar un puñado de naranjas. Con toda normalidad y pese al revuelo que había en la calle atravesó el cordón policial y subió las escaleras del domicilio de los Anglés, como si supiera que la benemérita iba a pasar a recogerle...

Joaquín Rodríguez Lawrance              @jrlawrance para @criminal_leaks 


Cuenta la leyenda que minutos antes su amigo Antonio Anglés se evaporaba en la azotea de su casa tras supuestamente saltar en oblicuo por la ventana de un cuarto piso, protagonizando una huida fantasmagórica en la que al individuo que la encarnaba se le fueron olvidando fotos de carnet, la cartera, una servilleta manchada con sangre y revelaciones de identidad a todo aquel que se cruzaba en su camino. En el contestador automático del domicilio de los Anglés quedó grabado un testimonio en el que alguien que se hacía llamar “Ruben” pidió a Kelly Anglés (hermana de Antonio) que “avisara a un tal Rubio (Ricart)” de que debía “coger los sacos de dormir, los Corn Flakes y la leche y llevárselos a donde la maneta y el plato”. Aquello trascendió como un mensaje en clave que se referiría al refugio donde Anglés escondía una moto robada y donde se solía ocultar de la Guardia Civil cuando robaba algún banco. En la caseta de Alborache, un viejo corral de ganado abandonado, se encontrarían un pico, varios guantes de colmenero, un par de colchones, una pistola y otros objetos del delincuente así como un puñado de divisas brasileñas. La voz del contestador jamás fue identificada como la de Antonio Anglés. Neusa Martins tardó años en confirmar que Antonio Anglés se encontraba dentro de su domicilio la tarde del registro que practicó la Guardia Civil. Kelly Anglés ha reconocido que su hermano nunca se dirigiría a ella con un alias y tampoco admitió que aquella voz fuera la de Antonio. Estamos pues ante otro axioma distractor, como lo es también el hecho de que la Guardia Civil no permitiera acceso a la zona de vigilancia del domicilio a ningún policía municipal, pese a ser un cuerpo de seguridad de pleno derecho. Demasiadas molestias ¿no creen? Toda la operativa bajo el control de la benemérita.


Mientras tanto, la figura de Antonio Anglés emergía con el paso de las horas y los informativos de TV comenzaron a sembrar el pánico en los hogares con la exhibición de las camaleónicas fotos de aquel supuesto sádico insaciable. Fotos que casualmente fueron “olvidadas” como si interesara saber el antes y después de su aspecto físico. Una jugada de discutible inteligencia. Mientras todo el país “secuestraba” a sus hijos en casa para protegerlos del monstruo, los medios de comunicación narraron al minuto como un solo individuo burlaba a toda la seguridad nacional. Durante los quince días posteriores, el espectro de Antonio Anglés se paseó por media España. De dominio público fueron sus apariciones en Alborache el día 27 de Enero, así como las sucesivas en la Estación de Renfe de Valencia , la calle Pelayo, en una peluquería en la C/ Fernando El Católico  y en la zona de la Estación de tren de Villamarchante, para terminar ocultándose poco después en un chalet en la localidad de Benaguacil (Valencia), donde también fue observado en el interior de una cabina de teléfono, poniendo punto final a sus supuestas apariciones públicas el 10 de Febrero de 1993, día en el que habría intimidado a punta de pistola a un agricultor que le trasladó en coche desde Villamarchante (Valencia) a Minglanilla (Cuenca). El rastreador oficial del asesino se apagaba en ese preciso instante, pero ¿Y si ese fantasma ambulante del que hablaban en las fruterías no hubiese sido nunca el de Antonio Anglés? ¿Y si ese monstruo artificial  hubiese muerto antes incluso de que desaparecieran las niñas? Hay fuertes indicios de que así fue.  


Durante mes y medio España se contagió del terror colectivo que recorría sus calles en un momento convulso en el que un falso Antonio Anglés se iba dejando infinidad de pruebas por el camino. Días después, cantos de sirena afirmaron que el asesino de Alcasser se había arrojado por la borda de un barco tras ser descubierto cuando iba de polizón camino de Irlanda pero su cuerpo jamás apareció, se le daría por muerto para siempre, pero el hecho de que ya lo estuviera mucho antes ya formaba parte de las investigaciones que se han negado a tragar con la versión oficial. Antonio Anglés, tal y como se le conoce, como un narcotraficante dedicado en cuerpo y alma a robar y trapichear con yonkis, podría haber muerto antes incluso del 13 de Noviembre de 1992, día en el que desaparecieron las niñas en la gasolinera de Picassent. Hay indicios de que podría haber perdido la vida tras una traición que afectó a un individuo con el que colaboraba. Se da la circunstancia de que bajo los irreconocibles cuerpos de las menores, aparecieron unos huesos humanos no identificados de los que poco o nada se ha vuelto a saber. Las fuerzas de seguridad locales, que conocían muy bien a Antonio Anglés, estarían al tanto de su muerte y de ahí el torrente especulativo sobre el papel que pudo jugar su nombre en un espacio-tiempo posterior. ¿Pero porque tendría el Estado tanto interés en que el asunto se resolviera tan rápido? Es evidente que nada tenían que ver con aquello pero la hemorragia social era ya insostenible, se requería una respuesta contundente y así fue.


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