/ ALCASSER 

La fábula sobre Antonio Anglés y Miguel Ricart  



El crimen de Alcasser es un suceso que inexplicablemente jamás fue reconstruido. Increíble pero cierto. Pese a haberse convertido en un fenómeno social sin precedentes nunca fue esclarecido desde el punto de vista cronológico. Entre Enero del 1993 y septiembre de 1994, Miguel Ricart declaró siete veces, cambiando de versión como de camisa en cada una de ellas. En la madrugada del 27 al 28 de Enero de 1993 la justicia española, con sospechoso esmero, puso nombre y apellidos a los asesinos de Alcasser. 

Joaquín Rodríguez Lawrance               @jrlawrance para @criminal_leaks 


De repente, la figura de dos maleantes sin oficio ni beneficio saltó a primera plana y adquirió un protagonismo inusitado en el que los medios de comunicación sacaron toda su artillería emocional. Bajo el foco dos personas, Antonio Anglés Martins, un narcotraficante homosexual que sobrevivía maleando en Catarroja (Valencia), y por otro lado Miguel Ricart, el supuesto lugarteniente en aquel elaborado trabajo de charcutería profesional  que fue amenizado con actos de necrofilia. Una teoría infumable si se tienen en cuenta las “más que discutibles” habilidades con las que contaban ambos individuos. Por poner un ejemplo, los Anglés pintaban a sus perros de colores los domingos y varios de los hermanos poseen el conocimiento justo para pasar el día. Las niñas de Alcasser sufrieron penetraciones vaginales y anales post-mortem, un hecho que científicamente descarta como sospechosos potenciales a este tipo de individuos, y por tanto también desacredita en este punto a la versión oficial, la cual cita un móvil puramente sexual. Intimar con los muertos es un acto al alcance de muy pocos, y según eminencias de la psiquiatría internacional solo es practicado por verdaderos psicóticos de manual. Es evidente que aquella diabólica puesta en escena fue obra de alguien que fue más allá, alguien en la sombra que lo planificó todo al detalle.


NI RASTRO BIOLÓGICO

Sobre los cadáveres se hallaron diecinueve bellos púbicos, uno de ellos de naturaleza canosa, los cuales fueron minuciosamente analizados por el Profesor Angel Carracedo, prestigioso catedrático de medicina legal de la Universidad Santiago de Compostela. Su valoración fue fulminante. Aquellos pelos pertenecerían a entre cinco y siete personas diferentes. Entre las pruebas analizadas por el que es considerado número uno en estudio de ADN en nuestro país, no se halló ni un solo rastro biológico de Miguel Ricart y ni mucho menos de su supuesto compañero de fatigas Antonio Anglés. En toda la investigación ni una sola huella en los escenarios, los coches, los cuerpos etc… La Guardia Civil habló de un guante de colmenero hallado en la fosa y en cuyo interior habría un pelo que tras ser analizado por toxicología, presentaría similitudes morfológicas con el de Miguel Ricart. Como contraste, en el informe del juez del levantamiento no se reflejó el hallazgo de ningún guante, (si en el de la Guardia Civil) por lo cual no se tomó en consideración en el juicio. Una detrás de otra.


LOS "NO" TESTIGOS

Además, es conveniente subrayar el papel de los testigos florero del 13N. Todas sus declaraciones, teniendo en cuenta la relación espacio-tiempo en la que se produjeron los acontecimientos, se van auto-eliminando por si solas. Francisco Hervás y su novia Mari Luz López admiten ser quienes llevaron a las niñas en coche hasta la gasolinera de Picassent antes de que su vehículo se averiara, lugar en el que aseguran se perdió la pista de las niñas.  Las múltiples contradicciones encontradas en los testimonios de esta extraña pareja entorpecieron esa posible vía de investigación. Ambos testigos parecían haber vivido experiencias opuestas aquella noche y ni siquiera se pusieron de acuerdo a la hora de confirmar el modelo de coche en el que viajaban, vehículo que por cierto sufriría una avería en las inmediaciones de la famosa gasolinera. Sobre ellos y sobre José Cano Llacer, conocido como el del saludo de la moto y autor de la fábula sobre las niñas y la discoteca Coloor, todavía sobrevuelan incesantes sospechas.  Analizando todos los testimonios es imposible que hubieran presenciado nada relacionado con las niñas aquella tarde. Hoy, José Cano Llacer permanece exiliado en Neuchatel (Suiza). ¿Pero por qué mentir? Fue especialmente llamativo que las declaraciones de Francisco Hervás se incorporaran al sumario tres meses después de haber sido realizadas. Un absurdo muy peligroso para la transparencia que exige una investigación de este calibre.


EL BAR EL PARADOR y EL FUNERARIO DE ALBERIQUE

Ana Flores y Arturo Ortega, los dueños del bar al que supuestamente, según Ricart, acudieron a por su cena el 13N, se han negado a reconocer que los supuestos asesinos de Alcasser estuvieran en su local horas antes de la barbarie. Admiten que conocen de vista a varios miembros de su séquito e incluso recuerdan vagamente haberlos visto en aquella época por el bar pero no que lo frecuentaran con absoluta certeza aquella noche. Dado que el juez les puso delante una diligencia escrita de antemano que nada se correspondía con su declaración se negaron a firmar el documento. Según fuentes cercanas, hubo excesivas presiones para que firmaran esa diligencia, que curiosamente detallaba punto por punto lo manifestado por Ricart.  Los dueños del bar El Parador se mantuvieron firmes y valientemente no hicieron suyas esas manifestaciones. Como consecuencia, en el sumario del caso no aparecen sus testimonios. Pongamos en valor su honestidad.


Otra figura clave que se resistió a comulgar con los cauces del sumario fue José Carboneres, el funerario encargado de recoger los cuerpos del lugar del crimen y cuyo testimonio fue tratado de paso, sin la importancia que requiere la versión de un testigo tan directo. Han sido múltiples las ocasiones en las que el funerario de Alberique ha afirmado con rotundidad que la famosa alfombra encontrada en la fosa de La Romana era de color azul y de un grosor considerable. El sumario habla de una moqueta de color marrón. Carboneres perjura que la alfombra se encontró debajo de los cuerpos, y no encima, es decir en forma de U, cumpliendo pues con una clara función de transporte, no de tapa, tal y como cuenta la leyenda. Es decir, si se utilizó como medio para trasportar los cuerpos, estos estaban originariamente en otro lugar diferente, por lo que se vuelve a desmoronar la versión de que fueron encañonadas delante de su tumba.  La representación que tuvo que presenciar José Carboneres  en La Romana aquel día es digna de mención. Según su testimonio,  un comandante de la Guardia Civil le requirió en el cuartel de Llombay para subir a por un cadáver. Pasadas las tres de la tarde ambos emprendieron camino hacia La Romana pero antes de llegar, ante la imposibilidad de hacerlo en el vehículo funerario, tuvieron que cambiar de vehículo para poder acceder.  Al igual que los colmeneros, a su llegada a La Romana el funerario afirma que no vio ninguna mano que sobresaliera del suelo sino dos huesos que asomaban por un extremo de la fosa.


LOS APICULTORES

Según el señuelo oficial, horas antes los cuerpos fueron encontrados por dos apicultores que “casualmente” decidieron visitar la finca de “La Romana” a unas horas intempestivas. Un dato nada relevante si no fuera porque está científicamente demostrado que las abejas solo trabajan en franjas templadas o cálidas, nunca a bajas temperaturas. Gerardo Pérez, una eminencia de la apicultura en España y creador del Aula-Museo Abejas del Valle (Ávila) nos recibe en su casa y nos confirma en persona que es absolutamente imposible supervisar la actividad de una colmena antes de como mínimo el mes de Marzo. Además se tendrían que dar unas temperaturas idóneas para ello por lo que habría que esperar hasta las horas centrales del día para manipular cualquier colmena, momento en el cual las abejas obreras salen al exterior para iniciar su cadena productiva. ¿Pero entonces qué hacían el colmenero y su consuegro en La Romana a primera hora de la mañana? José Sala y Gabriel Aquino dieron versiones contradictorias de los hechos, siendo acompañados posteriormente al lugar por dos personas de paisano que supuestamente eran agentes de la Guardia Civil  (no identificados) y que pese a que supuestamente pisaban el terreno por primera vez parecían estar “muy bien informados” de lo que allí se estaba cociendo. Los colmeneros recibieron guantes y fueron invitados por aquellos desconocidos a recoger los objetos encontrados por la zona y a amontonarlos incurriendo así una surrealista manipulación de pruebas. En aquel lugar, en el medio de la nada, se encontraron numerosos enseres de Antonio Anglés “colocados” cuidadosamente dentro y fuera de la fosa. Alguien se tomó demasiadas molestias en señalar bien el camino a recorrer.


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